sábado, 20 de junio de 2009

Libros leídos XXIII: Cien años de Soledad


Después de unos días de abandono, volvemos cargados de pilas, en los albores de nuestro primer año... y que mejor que lo hagamos con esta sección... Y bueno, he aquí mis impresiones acerca de este monumento al ingenio del ser humano... no todo son bombas atómicas o genocidio en nombre del supuesto dios... de mi viejo space en dos partes...

Los 100 años de Macondo... (Literatura)
17 septiembre de 2006 07:13 p.m.

Después de leer El llano en Llamas y Pedro Páramo, me quedé con ganas de leer más y más de lo más selecto de la literatura.

¿Qué leer ahora?, me pregunté. Y sólo vino a mi mente el nombre de un libro: Cien años de Soledad.

Ya habían sido bastantes las ocasiones en que leía el primer capítulo. y no pasaba de ahí. Como que me daba hueva. Aunque ahora sé que no era hueva. No estaba preparado. Aún necesitaba leer un poco más a fin de poder tener una conexión más íntima con el texto. Igual que cuando el gurú no llega hasta que el alumno está listo, el libro adecuado no nos llega sino hasta que hemos pasado por muchas situaciones, vericuetos, sinsabores... hasta que podemos descubrir por completo su genialidad.

En esta nueva ocasión leí el primer capítulo y no hubo pausa alguna que se postergara por varios meses. Esta vez seguí leyendo, gustoso, ansioso de saber más de la vida de todos estos maravillosos personajes, entrañables, tan comunes en la vida como el aire o el agua.

Y pues bueno, aquí estamos, tratando, no de resumir ni reseñar para los demás, sino para mí mismo, esta sensacional novela:

... (son resúmenes muy largos que no vienen al caso, mejor léanlo!)...


Frases: 

 
• Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. (7)
• Uno no es de ninguna parte mientras no tenga un muerto bajo la tierra. (20)
• Este es el gran invento de nuestro tiempo. (25)
• No me importa tener cochinitos, siempre que puedan hablar. (27)
• Había perdido en la espera la fuerza de los muslos, la dureza de los senos, el hábito de la ternura, pero conservaba intacta la locura del corazón. (35)
• Pero cuando ella entraba en la casa, alegre, indiferente, dicharachera, él no tenía qu hacer ningún esfuerzo para disimular su tensión, porque aquella mujer cuya risa explosiva espantaba a las palomas, no tenía nada que ver con el poder invisible que le enseñaba a respirar hacia dentro y a controlar los golpes del corazón, y le había permitido entender por qué los hombres le tienen miedo a la muerte. (36)
• Si no temes a Dios, témele a los metales. (43)
• Si no volvemos a dormir, mejor. Así nos rendirá más la vida. (52)
• Pero el visitante advirtió su falsedad. Se sintió olvidado, no con el olvido remediable del corazón, sino con otro olvido más cruel e irrevocable que él conocía muy bien, porque era el olvido de la muerte. (57)
• De tanto ser usado, y amasado en sudores y suspiros, el aire de la habitación empezaba a convertirse en lodo. (60)
• Alcanzó a dar gracias a Dios por haber ancido, antes de perder la conciencia en el placer inconcebible de aquel dolor insoportable, chapaleando en el espanto en el pantano humeante de la hamaca que absorbió como un papel secante la explosión de su sangre. (102)
• Estas no son horas de andar pensando en matrimonios. (104)
• Como Aureliano tenía en esa época nociones muy confusas sobre las diferencias entre conservadores y liberales, su suegro le daba lecciones esquemáticas. Los liberales, le decía, eran masones; gente de mala índole, partidaria de ahorcar a los curas, de implantar el matrimonio civil y el divorcio, de reconocer iguales derechos a los hijos naturales que a los legítimos, y de despedazar al país en un sistema federal que despojara de poderes a la autoridad suprema. Los conservadores, en cambio, que habían recibido el poder directamente de Dios, propugnaban por la estabilidad del orden público y la moral familiar; eran los defensores de la fe de Cristo, del principio de autoridad, y no estaban dispuestos a permitir que el país fuera descuartizado en entidades autónomas. (105)
• Si hay que ser algo sería liberal, porque los conservadores son unos tramposos. (107)
• El coronel Aureliano Buendía promovió treinta y dos levantamientos armados y los perdió todos. (113)
• Llegó a ser tan sincera en el engaño que ella misma acabó consolándose con sus propias mentiras. (116)
• ¡Cabrones! ¡Viva el partido liberal! (130)
• Pero lo que me preocupa no es que me fusiles, porque al fin y al cabo para la gente como nosotros esto es la muerte natural. Lo que me preocupa es que de tanto odiar a los militares, de tanto combatirlos, de tanto pensar en ellos, has terminado por ser igual a ellos. Y no hay un ideal en la vida que merezca tanta abyección. A este paso no sólo serás el dictador más despótico y sanguinario de nuestra historia, sino que fusilarás a mi comadre Úrsula tratando de apaciguar tu conciencia. (171)
• Que raros son los hombres. Se pasan la vida peleando contra los curas y regalan libros de oraciones. (173)
• El mejor amigo es que acaba de morir. (178)
• Ponte los zapatos y ayúdame a terminar con esta guerra de mierda. (181)
• Morirse es mucho más difícil de lo que uno cree. (181)
• Ojalá se meta de cura, para que Dios entre por fin a esta casa. (197)
• Desde entonces manifestaba el párroco los primeros síntomas del delirio senil que lo llevó a decir, años más tarde, que probablemente el diablo había ganado la rebelión contra Dios, y que era aquel quien estaba sentado en el trono celeste, sin revelar su verdadera identidad para atrapar a los incautos. (197)
• Dios mío. Haznos tan pobres como éramos cuando fundamos este pueblo, no sea que en la otra vida nos vayas a cobrar esta dilapación. (204)
• Ya esto me lo sé de memoria. Es como si el tiempo diera vuelta en redondo y hubiéramos vuelto al principio. (206)
• No me hables de política. Nuestro asunto es vender pescaditos. (211)
• Ya ven que yo rechacé mi pensión para quitarme la tortura de estarla esperando hasta la muerte. (211)
• Aquí. Esperando que pase mi entierro. (212)
• Nos estamos volviendo gente fina. A este paso, terminaremos peleando otra vez contra el régimen conservador pero ahora para poner un rey en su lugar. (224)
• Dígale que uno no se muere cuando debe, sino cuando puede. (255)
• La única diferencia actual entre liberales y conservadores es que los liberales van a misa de cinco y los conservadores van a misa de ocho. (255)
• Los años de ahora ya no vienen como los de antes. (258)
• Fernanda, en cambio, los buscó únicamente en los trayectos de su itinerario cotidiano, sin saber que la búsqueda de las cosas perdidas está entorpecida por los hábitos rutinarios, y es por eso que cuesta tanto trabajo encontrarlas. (260)
• Pero en el instante final Amaranta no se sintió frustrada, sino por el contrario liberada de toda amargura, porque la muerte le deparó el privilegio de anunciarse con varios años de anticipación. (292)
• El mundo se redujo a la superficie de su piel, y el interior quedó a salvo de toda amargura. (292)
• Un minuto de reconciliación tiene más mérito que toda una vida de amistad. (295)
• ¡Cabrones! Les regalamos el minuto que falta. (319)
• Aureliano Segundo pensaba sin decirlo que el mal no estaba en el mundo, sino en algún lugar recóndito del corazón de Petras Cotes, donde algo había ocurrido durante el diluvio que volvió estériles a los animales y escurridizo el dinero. Intrigado con ese enigma, escarbó tan profundamente en los sentimientos de ella, que buscando el interés encontró el amor, porque tratando de que ella lo quisiera terminó por quererla. Petra Cotes, por su parte, lo iba queriendo más a medida que sentía aumentar su cariño, y fue así como en la plenitud del otoño volvió a creer en la superstición juvenil de que la pobreza era una servidumbre del amor. Ambos evocaban entonces como un estorbo las parrandas desatinadas, la riqueza aparatosa y la fornicación sin frenos, y se lamentaban de cuánto vida les había costado encontrar el paraíso de la soledad compartida. Locamente enamorados al cabo de tantos años de complicidad estéril, gozaban con el milagro de quererse tanto en la mesa como en la cama, y llegaron a ser tan felices, que todavía cuando eran dos ancianos agotados seguían retozando como conejitos y peleándose como perros. (354)
• Nadie supo entocnes que aquellas vituallas las mandaba Petra Cotes, con la idea de que la caridad continuada era una forma de humillar a quien la había humillado. (372)
• Fernanda les contaba que era feliz, y en realidad lo era, justamente porque se sentía liberada de todo compromiso, como si la vida la hubiera arrastrado otra vez hasta el mundo de sus padres, donde no se sufría con los problemas diarios porque estaban resueltos de antemano en la imaginación. (377)
• Su corazón de ceniza apelmazada, que había resistido sin quebrantos a los golpes más certeros de la realidad cotidiana, se desmoronó a los primeros embates de la nostalgia. La necesidad de sentirse triste se le iba convirtiendo en un vicio a medida que la debastaban los años. Se humanizó en la soledad. (379)

Cien años de Soledad... (Literatura)
23 septiembre de 2006 06:43 p.m.

Por fin acabé de leer Cien años de soledad, de Gabo. Y el sabor de boca que me deja es confuso, convulso. Por una lado, me siento muy satisfecho de leer esa fabulosa historia. Debo confesar, apenado, que es el libro más gordo que he leído por completo en mi vida. He ojeado las vastas memorias de Don Gonzalo N. Santos y el Libro de Urantia que no me ha devuelto Julio desde hace como dos años que se lo presté (hoy lo vi, por cierto... me llamó desde una camioneta azul, en la cual cargaba a un borrachín que se aturdeció en el Nuevo Rey y que no sabía dónde vivía... quedamos de hacer algo)... pero nunca había leído 442 páginas... y, mucho menos, en un tiempo record: una semana y días. No recuerdo que día comencé a leerlo. Sólo vislumbro que fue a final de la semana pasada. Porque el lunes 11 comencé a leer El llano en llamas y Pedro Páramo, para lo cual no necesité más que cuatro o cinco días a lo sumo. Y de inmediato comencé con este texto fabuloso. Me recuerda el texto panegírico que dedicó Lennin a la obra de Marx:"... es omnipotente porque es exacta. Es completa y armónica: da a los hombres una concepción del mundo íntegra... es la legítima bandera de lo mejor de la humanidad...".

Pero, por otra parte, me dejó deprimido, triste, apagado, agobiado... misma depresión que s tornó, después, en un borágimen de alegría y ganas por vivir.

Realmente en Cien años de Soledad encontré todo: amor, la importancia de la familia, el paso del tiempo con sus inevitables e infortunios dejos de modernidad que aplastan todas nuestras nostalgias sin el menor miramiento. Sexo, mucho sexo. Sobretodo del ilícito. En incesto abunda más que en las páginas del génesis. Y la pedofilia también, con sus mulatas exprimidas por un sinfín de grasientos pordioseros de amor que son tan pobres que la única forma en que pueden obtener un poco se inseparatibilidad es pagándola.

Habla de la guerra por causas idealistas y por causas emanadas de las entrañas. De la injusticia que impera y del gobierno que puede silenciar con la mayor facilidad procesos que quedan impresos con sangre, en la misma tierra, en los llanos, en las dunas, en el mar.

Habla de la soledad, como bien dice el título. No importa que tan felices nos veamos, o cuan desenfrenadamente hagamos el amor una y otra vez. No importa si nuestros hogares están colmados de habitantes. Somos animales solitarios que buscamos sin cesar que escampe esta desolación interna que nos sigue y atormenta hasta nuestro último suspiro.

Habla, lo que me llamó más la atención, de la muerte. Por más que yo anhelaba no leer las muertes de esos personajes entrañables, sabía muy bien que en cualquier momento moriría Amaranta y Rebeca. Intuía que no había otra salida para el coronel Aureliano Buendía, que acaba de similar manera que Vito y Michael Corleone, y, no obstante, me rehuí a leer su muerte. La muerte que más sentí, y que Gabo alargó casi hasta el final del libro, fue la de Úrsula.

Úrsula fue el único personaje que pude visualizar, al que pude ponerle un rostro para identificarlo mejor. Y, extrañamente, fue un rostro con el que conviví por escasas horas durante unos ciento cincuenta días, en el lejano y primaveral 1998: Katiuska Murgia, la actriz que interpretaba a Rebeca en El viaje superficial, aquella aventura actoral que compartí con Héctor sin recibir un solo peso, y en la cual lo más digno de anotar es que antes de llegar a La casa de Madero llegaba a Nanos, dónde me compré mi primera veintena de libros del profe Rius.

Cada que leía algo referente a Úrsula, imaginaba a Katiuska, con su rostro histriónico, moviéndose de un lado para otro arreglando la casa, o sintiéndose solitaria al lado del almendro en el cual está amarrado José Arcadio Buendía. La imagino inmóvil, convertirse en el juguete del pequeño Aureliano y la pequeña Amaranta Úrsula. Y no se diga cuando termina siendo tan lacónica que casi es enterrada en una caja de zapatos.

Aunque el personaje más entrañable, no obstante su temprana muerte, para mí, es el de José Arcadio Buendía, que a ratos me recuerda a Juan por su fascinación por los adelantos tecnológicos; así como me recuerda a mí por su obsesión científica-metafísica que termina en locura, al igual que su desinterés total por las labores hogareñas.

Claro, otro personaje inolvidable es el gitano Melquíades, con su barba montarraz y sus manos de gorrión. Melquíades es el hilo conductor de toda la trama, que termina en tragedia. La simiente de los Buendía es borrada de la faz de la tierra cuando parecía que todo iba a empezar a mejorar, no obstante el nacimiento del último Buendía, el cual nació con cola de cerdo, pero ni siquiera tuvo tiempo de ser bautizado con el nombre de Rodrigo o el de Aureliano.

Y todo esto en Macondo, una tierra mágica en sus inicios, que al final se torna lúgubre, insana, nostálgica, fantasmagórica.

Otro personaje que, pese a su brevedad en la trama se roba los estelares, es el de Mauricio Babilonia. Es el personaje más mágico de todos, entre esta colección desaforada y abigarrada de personajes mágicos. Digo, Macondo, la canción de Camino Díez/Cnseco que canta Óscar Chávez tuvo mucho que ver para que yo estuviera ansioso de conocer al personaje, que se presentó pasando la mitad de la historia, pero eso no le resta nada al personaje. Es, sencillamente, encantador. Sus apariciones marcadas por mariposas amarillas...

Quisiera escribir más y más de Macondo... pero hasta aquí por ahora. Ya queda menos trecho entre esta hora y las nueve, hora en que estaré en casa del cerdo de Alan echando desmadre. Además, quiero continuar mañana mismo con la lectura de un nuevo libro. Aún no decido cual será, en mi ciclo no planeado de literatura latinoamericana semicontemporáneo. Lo único que sé es que es el turno de Isabel Allende, representante de la literatura chilena. Y le seguirán la literatura argentina y la brasileña...

Por cierto, en la entrada anterior escribí que haría un resumen de tooodo el libro... pero decidí no hacerlo en las postrimerías de la muerte del coronel Aureliano Buendía, pues considero que hasta esa parte, se encuentra lo mejor del texto... aunque los últimos cuatro capítulos también lo son, cuando van muriendo Amaranta, Úrsula, Rebeca, Pilar Ternera, Fernanda, Arcadio, Amaranta Úrsula y el pequeño Aureliano Rodrigo, sin ser bautizado, devorado por las hormigas... aunque sí escribí las mejores frases, a mi parecer, que nos regala el libro.

Os dejo la famosísima canción ya mencionada, que cientos de veces he escuchado en voz de Óscar Chávez, y que siempre me gustó, pero que de hoy en adelante tendrá un nuevo y más profundo e íntimo significado en mí, la cual, por cierto, no quise escuchar en lo que leía el libro, para agarrarle un mejor sabor cuando lo finiquitara... y sí...:

Los cien años de Macondo

Los cien años de Macondo
suenan, suenan en el aire
y los años de Gabriel trompetas,
trompetas lo anuncian.
Encadenado a Macondo
sueña con José Arcadio
y ante él la vida pasa haciendo
remolinos de recuerdos.
La tristeza de Aureliano, el cuatro,
la belleza de Remedios, violines,
Las pasiones de Amaranta, guitarra,
el embrujo de Melquíades, oboe.
Úrsula, cien años, dónde está Macondo,
Úrsula, cien años, dónde está Macondo.
Eres la epopeya de un pueblo olvidado,
forjado en cien años de amor en la historia.
Me imagino y vuelvo a vivir
en mi memoria quemada al sol.
Mariposas amarillas, Mauricio Babilonia,
Mariposas amarillas que vuelan liberadas.

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