domingo, 31 de mayo de 2009

Libros Leídos XV: La importancia de llamarse Enrique


Uno de los grandes libros de comedia que he leído en mi vida... de mi viejo Space...

De bunburismo y otras delicias... (Literatura)
14 septiembre 2006 02:31 p.m.

Bueno, empecé leyendo El viejo y la mar. ¿Qué seguiría después? A mi mente vino, al instante, el nombre de un autor y de una obra: Wilde; La importancia de llamarse Ernesto. Busqué el libro, y sin muchos problemas di con él. Es el 238 de la colección "Sepan Cuantos...", de Porrúa. El título contiene otras obras del genial autor irlandés, que son las siguientes: El abanico de Lady Windermere, Una mujer sin importancia, Un marido ideal y Salomé.

Sabía, por medio de Rius, que Wilde era un sujeto bastante inteligente y ácido. Amén de misógino. Ok, también es gay, pero como bien reza Horacio Villalobos, Wilde no escribía con las nalgas, ni en ellas basaba su talento, así que sale sobrando un estudio psicológico que aborde su sexualidad.

¿¿¿Por qué, entre esos títulos, y los contenidos en el otro libro que tengo sobre Wilde (133 de la colección "Sepan Cuantos...", que contiene El retrato de Dorian Grey, El príncipe feliz, El ruiseñor y la rosa, El crimen de Lord Arthur Saville y El fantasma de Canterville), elegí La importancia de llamarse Ernesto???

En mis 24 años sólo he convivido con un Ernesto, y no me la llevé de maravilla con él, así que no es por causas melancólicas. Ni es por que sea la primer obra que contiene ese volumen, ni, como le dijera Punisher a Spider Man en el sensacional "Punisher mata al Universo Marvel", "Por qué con alguien tenía que comenzar..." No. El título se me hace del todo atractivo. De hecho, todos sus títulos. Tienen un halo de misterio bastante particular y seductor. Y fue una buena elección. No recuerdo libro o autor que me hayan tenido riendo de la manera en que Wilde lo hizo con esta obra. Mi madre volteaba a verme con asombro, y hasta con algo de miedo. ¿Qué coños estaría leyendo?, quizá se preguntó. Sin el coño, por supuesto, pues esa es palabra mía.

La sensacional acidez de Oscar Wilde me envolvió y me enamoró con la primer obra que leo de él. Y lo que falta.

Y bueno, ¿de qué trata esta obra?

La importancia de llamarse Ernesto pertenece al drama, al género de la comedia. Es una deliciosa comedia, con diálogos divertidísimos, fluidos, inteligentes, que trata de los enredos ocasionados por John Worthnig, derivados del arte del bunburismo. Pero, desde mi personal y humilde punto de vista, las palmas se las lleva Archibaldo Moncrieff, un total e irreverente bribón, que vive por, para y del hedonismo. En especial del comer y del divertirse.

Estos dos personajes, Juan y Archibaldo, me recuerdan a dos personas con las que he convivido, uno de la prepa y otro de la carrera. Uno en mayor grado de compenetración, y otro en menor. Y, curiosamente, ambos cuatro se llaman igual: Jorge Arturo. O George, para los cuates. Los dos George's.

Juan, con su forma sobria, seria, educada y poco tolerante a las ocurrencias de Archibaldo, me recuerda al George de la prepa, al miembro del Club de Toby, o del Club de los corazones rotos, como nos decía Vladimir, jejeje.

En cambio, Archibaldo, con su descaro, su acidez, su irreverencia, me recuerda al George de la carrera, al de La rebanada del pastel.

Otros personajes que vi plenamente identificados como chavas cercanas a mí, fueron a Mis Fairxfax y a Miss Cardew: Güendolin y Cecilia. ¿Con quién? Las dos con Memy, por su inteligencia, su ingenuidad y su peculiar sentido del humor... retratada en esos personajes!!!

Para casi finalizar, una nota importante: Wilde hace el juego de palabras, tan shakesperiano, de palabras con similar sonido al pronunciarse: Ernest con earnest, que significa algo así como recto, honrado o leal...

Y lo de Bunburear, Bunburismo, Bunburista, Bunburi... se puede traducir como el arte de inventar un amigo o pariente, al que sólo nosotros conocemos, para usarlo como pretexto de escape a nuestra cotidianeidad...

Una peculiaridad de Wilde es que suelta, a la menor provocación, una andanada de pedradas filosóficas. Yo así lo conocí, en la sección Baba de Perico de El Chamuco, dirigida por Rius. Y pues en su La importancia de llamarse Ernesto no es la excepción. He aquí las frases que más me sedujeron... en especial las referentes a la familia... disfrútenlas con leche!!!



  • Archibaldo: ... Es romántico el estar y sentirse enamorado. Pero no encuentro nada romántico en comprometerse para siempre, pues... puede suceder que le acepten a uno en seguida; al menos así pasa con frecuencia, según creo. Entonces la emoción y el interés desaparecen. La verdadera esencia del romance es la incertidumbre. Si alguna vez llego a casarme, haré todo lo posible para olvidar tan pronto como pueda lo que he hecho.
  • Archibaldo: ¡Bah, bah! Lo que resulta absurdo es eso de que exista una regla inflexible sobre lo que debe o no debe leerse. ¡Todo se debe leer! Más de la mitad de la cultura moderna adolece de eso que no se debía leer.
  • Archibaldo: La verdad es rara vez pura, y nunca es simple. ¡La vida moderna resultaría terriblemente tediosa si así fuera; y la literatura moderna por completo imposible!
  • Archibaldo: ... una vez por semana me parece más que suficiente para comer con los parientes.
  • Archibaldo: No hay nada que pueda hacerme renunciar a Bunburi, y si alguna vez llegas a casarte, lo cual me parece en extremo problemático, Bunburi te va a venir muy bien. Todo aquel que se casa sin haber conocido a Bunburi, se expone a hacer de su matrimonio la cosa mas tediosa del mundo.
  • Archibaldo: ... En la vida matrimonial, representan compañía, y dos soledad.
  • John: Por favor... no trates de ser cínico; después de todo el ser cínico es cosa fácil.
  • Archibaldo: Querido, en los tiempos que corren no es fácil ser algo. ¡Resulta tan brutal la competencia que padecemos hoy día!
  • Archibaldo: Solamente los parientes o los acreedores tocan en forma tan wagneriana.
  • Archibaldo: Detesto a las personas que no toman en serio el comer. Es una verdadera falta de consideración.
  • Güendolin: ¡Ojalá no lo sea aún (perfecta, un piropillo de John)! No me quedaría margen para ir desarrollándome, y mi deseo es crecer y ampliar mi personalidad en muchos sentidos. (Memy, visualizada hace más de 100 años!!!)
  • Lady Bracknell: Lamento haber llegado algo tarde, pero no me quedó más remedio que ir a casa de Lady Harbury. No la había visto desde que murió su pobre marido. Nunca había visto una mujer más transformada: parece como si tuviese veinte años menos...
  • Archibaldo: En verdad, me han dicho que el pelo se le ha vuelto a poner completamente rubio debido a su gran pena.
  • Lady Bracknell: Te diré que ya creo que es hora de que se decida a sanar o a morirse de uan vez. Esa vacilación en resolver entre una u otra cosa, resulta absurda. Tampoco apruebo en absoluto esa compasión de moda hacia los enfermos crónicos. Lo hallo morboso. La enfermedad, sea laque sea, no debe fomentarse en los demás. Tener buena salud es un deber en esta vida.
  • Güendolin: Por favor, no hable del tiempo, Míster Worthing. Cuando la gente me habla del tiempo tengo la certidumbre de que lo que quieren es decirme otras cosas; y eso me pone nerviosísima.
  • Güendolin: Mamá tiene la mala costumbre de presentarse de pronto; ya le he tenido que llamar la atención más de una vez.
  • Güendolin: ¡Ah!, eso me suena claramente a una especie de especulación metafísica, y como la mayoría de las especulaciones metafísicas, no guarda ninguna relación con los hechos de la vida real tal como los conocemos.
  • Güendolin: ¿Juan? No, no existe nada de musicalidad en el nombre de Juan, absolutamente nada. No emociona, no produce ninguna vibración..., he conocido varios Juanes, y todos ellos, sin excepción, eran vulgares. Siento lástima por toda mujer que se casa con un Juan. Tendrá que arrastrar con él una vida incolora. Probablemente nunca le será permitido el profundo placer de un momento de soledad. El único nombre que da confianza es Ernesto.
  • Güendolin: ¡Cuánto tiempo te ha tomado el decírmelo! Me temo que has tenido poca experiencia en esto de declararte.
  • Lady Bracknell: Cuando llegues a comprometerte con alguien, yo, o tu padre, si es que su salud se lo permite, te lo comunicaremos. El compromiso debe ser para una joven una verdadera sorpresa , agradable o desagradable según el caso. Es un asunto que difícilmente puede dejarse que se resuelva por sí misma...
  • John: Naturalmente que puedo disponer de ella cuando guste, avisándole sólo con seis meses de anticipación.
  • Lady Bracknell: ¿A los dos? (padres) Perder a uno de ellos puede considerarse como una verdadera desgracia, pero... perder a los dos me parece un descuido imperdonable...
  • Archibaldo: Querido, me encanta oír insultar a mis parientes. Es lo único que puede hacer que me ponga de su parte. Los parientes son un montón de gentes pesadas, aburridas; que no tienen ni la más remota idea de cómo debe vivirse, o la menor noción sobre cuándo deben morirse.
  • Archibaldo: Los parientes nunca le prestan a uno dinero, y ni siquiera se fían de nuestro ingenio. Son el peor exponente del ser humano.
  • Archibaldo: Claro que tener madres está bien. Pagan las cuotas del hijo, y no se quejan. Pero los padres molestan a los hijos y nunca les pagan las cuentas. No conozco en el Club a ninguno que le dirija la palabra a su padre.
  • Archibaldo: pues yo pienso, más bien, que aquellas personas a quienes nunca hemos conocido son las más atractivas. Precisamente ahora me gusta muchísimo una muchacha que nunca he visto; estoy verdaderamente interesado en ella.
  • Archibaldo: Todas las mujeres al final son como su madre. Ésa es su tragedia. Al hombre nunca le sucede eso, por suerte.
  • John: Querido, la verdad no es cosa que se pueda decir a una muchacha bonita, dulce, refinada. ¡Tienes unas ideas fantásticas sobre la manera de conducirse con las mujeres!
  • Miss Prism: No me inclino hacia esa manía moderna de poder convertir a al gente mala en buena, de un momento a otro. No: que cada quien coseche lo que sembró...
  • Cecilia: A mi no me gustan las novelas que terminan bien. Me deprimen horriblemente...
  • Cecilia: Nunca en mi vida he conocido a una mala persona. Casi tengo miedo. ¡Me temo tanto que vaya a parecerse a todo el mundo! ... ¡Y se le parece!
  • Cecilia: Sí, yo sé lo importante que resulta el no asistir a una cita de engocios, si se quiere conservar cierto sentido de la belleza de la vida.
  • Cecilia: ¡Qué cabeza la mía! Debería haber pensado que cuando uno decide un cambio total de vida, se requiere una alimentación bien equilibrada y sana.
  • Cecilia: ¡Oh...! No creo que me gustaría cazar a un hombre sensato. No sabría que hablar con él.
  • Miss Prism: Los hombres deben ser cautos; la misma prácitca del celibato produce a la frágil embarcación por rutas extraviadas.
  • Chasuble: ¡Caridad, querida Miss Prism, caridad! Ninguno de nosotros es perfecto. Yo mismo soy bastante sensible a las corrientes del aire.
  • Chasuble: A veces, lo que se nos antoja una penosa prueba, resulta ser una bendición disfrazada.
  • Archibaldo: Nunca he conocido a otra persona como tú, que tarde tanto en vestirse y con tan poco éxito.
  • Cecilia: Siempre es triste tener que separarse de personas que se han tratado por tiempo tan breve. La ausencia de los viejos amigos la puede uno conllevar con ecuanimidad. Pero en cambio, separarnos de alguien a quien acabamos de conocer, es casi insoportable.
  • Archibaldo: Cecilia, espero que no se ofenderá si le declaro con toda franqueza, sin rodeos que usted me parece, por todos conceptos, la personificación visible de la absoluta perfección.
  • Cecilia: No hubiera sido un verdadero y serio compromiso, si por lo menos no lo hubiésemos roto una vez.
  • Archibaldo: No es un nombre feo; al contrario, es un nombre de aristocrático. La mitad de los que se ven envueltos en bancarrota se llaman Archibaldo.
  • Cecilia: El doctor Chasuble es un hombre muy bien preparado. Nunca ha escrito un solo libro; por tanto, puedes imaginarte todo lo que sabe.
  • Cecilia: Yo pienso que cuando alguien tiene que decir cosas desagradables, lo tiene que hacer con claridad.
  • Güendolin: En un momento como este, es más que un deber decir con claridad lo que se piesa; ello se convierte en un placer.
  • Archibaldo: Es que uno debe ser siempre serio respecto a algo si quiere pasarlo bien en esta vida. Yo soy serio con respecto al bunburismo. En cambio, respecto a ti, no tengo ni la más remota idea de lo que tomas en serio. Me imagino que todo. Posees una personalidad tan frívola...
  • Archibaldo: Si no me importara no hablaría de ello.
  • Güendolin: El hecho de que no nos hayan seguido inmediatamente como hubiese hecho cualquiera me parece que demuestra que tienen algún sentido del pudor.
  • Cecilia: Han estado comiendo pasteles. Eso indica arrepentimiento.
  • Güendolin: En cosas de tanta importancia, el estilo y no la sinceridad es lo principal.
  • Güendolin: Este no es el momento para que nos dejemos dominar por el escepticismo alemán.
  • Güendolin: ¡Qué absurdo hablar de la igualdad de los sexos! En cuanto al sacrificio personal, el hombre es infinitamente superior a nosotras.
  • Lady Bracknell: El titubeo, cualquiera que sea, es un síntoma de decadencia en la juventud, y de debilidad física en los ancianos.
  • Lady Bracknell: Los puntos débiles en nuestros días son: la falta de principios y la falta de perfil.
  • Lady Bracknell: Nunca hables irrespetuosamente de la sociedad, Archi. Eso lo hace sólo la gente que no tiene acceso a ella.
  • Lady Bracknell: .. no me gustan esas relaciones prolongadas. Se prestan a que las gentes puedan darse cuenta de sus peculiaridades antes del matrimonio; lo cual no me parece prudente.
  • Lady Bracknell: ... ninguna mujer debe jamás ser demasiado exacta en lo que concierne a su edad. Da la mala impresión de ser calculadora...
  • Lady Bracknell: Detesto toda clase de contienda o discusión, siempre resultan vulgares y... frecuentemente convincentes.
  • Güendolin: Esta ansiedad se hace intolerable. Ojalá dure un poco más.
  • John: ¿No puede el arrepentimiento limpiar un acto de loca inexperiencia?
  • John: ... para un hombre resulta terrible descubrir de pronto que ha pasado toda su vida diciendo la verdad.

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