viernes, 29 de mayo de 2009

Aleo e poli!






El 29 de mayo cayó el gran imperio Bizantino, que había sobrevivido más de mil años a su hermano el Romano Occidental...


En conmemoración de dicha fecha va esta antigua entrada de mi Space...

Aleo e poli! (Historia)
14 septiembre 2006 03:29 p.m.

Hace 553 años, un día como hoy, 29 de mayo de 1453 (esta entrada la escribí ese día, en otro space...), cayó uno de los más grandes y longevos imperios que han brotado como hongos tras la lluvia matutina a lo largo y ancho del orbe y del tiempo.

Era de madrugada cuando comenzó el asalto final, que había iniciado un par de semanas atrás.

Esa última batalla vino a degollar al fausto Imperio Bizantino, imperio que sobrevivió a su deudo (ascendente & colateral), que sobrevivió a godos, hunos, germanos, francos, sarracenos y a los mismos "hermanos" cristianos, en la Cuarta Cruzada... pero no sobrevivió a Mehmet II (el Conquistador), y a su poderoso ejército de Jenízaros, que tomaron la poderosa ciudad a sangre y fuego...

Conmemorando dicho día, del cual sólo yo me acuerdo o celebro, van unos estractos del fenomenal libro Johannes Angelos, de la Mika Waltari, publicado por Planeta DeAgostini en México hace un par de años, en su fabulosa colección Últimos Éxitos de la Novela Histórica, con el título de El Sitio de Constantinopla...

El libro se divide no en capítulos, sino en Meses y Días, pues está escrito a manera de Diario...

Lo que viene son los estractos más sustanciosos de la última batalla, del 29 de mayo de 1453... dejando de lado la escuálida historia del romance de Jean Ange / Giovanni Angelos / John Angel / Juan Ángel...

Aleo e poli!

La ciudad está perdida.

El eco de este grito perdurará mientras el mundo exista. Si en algún siglo venidero me es dado nacer otra vez, cada vez que oiga esas palabras se me helará la sangre de horror. Recordaré esta frase sea lo últuimo que pueda recordar.


Aleo e poli!

Aunque todavía vivo. De modo que así estaba escrito. Estoy destinado a apurrar la última copa y contemplar el derrumbamiento de mi ciudad y de mi pueblo. Sigo, pues, escribiendo. pero para escribir esto con propiedad debería mojar mi pluma en sangre, y sangre no faltaría. La sangre coagulada obtura los sumideros. La sangre de los heridos y moribundos se mezcla formando charcos calientes. En la calle principal, cerca del hipódromo y en dirección a la iglesia mayor, hay tantos cadáveres que no se puede transitar por allí sin pisarlos.

De nuevo es de noche. Escribo en mi casa, la cual está salvaguardada por un gallardete en el asta de una lanza. He tapado mis oídos con cera para no oír los aullidos de los saqueadores luchando por su rapíña y el interminable clamor de la muerte que se eleva en la moribunda ciudad.

Me esfuerzo por mantenerme indiferente a todo. Escribo aunque me tiemble la mano. Todo mi cuerpo se estremece, pero no de miedo por lo que pueda ocurrirme, pues mi vida vale menos que un grano de arena, sino a causa de los sufrimientos y el dolor que en torno a mí brotan de mil manantiales en estanoche de infinito terror...

He visto a una muchacha, con marcas de manos ensangrentadas sobre su cuerpo, arrojarse a un pozo. He visto a un granuja arrancarle a una madre su hijo de los brazos y atravesarlo con una lanza. He visto lo peor que un ser humano puede hacerle a su semejante. Ya he visto bastante.

Pasada la medianoche, aquellos que habían ofrendado sus vidas a la defensa de la muralla exterior ocuparon sus posiciones. Acto seguido fueron cerradas las puertas de la gran muralla y sus llaves entregadas a los comandantes de los diferentes sectores. Algunos hombres rezaban, pero en su mayoría se hallaban tumbados para descansar, y hasta los había que dormían.

Entretanto, navíos ligeros de los turcos comenzaron a aproximarse a la muralla que da al puerto. El grueso de la flota anclada en el Puerto de los Pilotes maniobró desde el Bósforo, situándose en línea a lo largo de la muralla del mar, desde la Torre de Mármol hasta Neorion y la cadena del puerto. De esta manera el sultán amenaza la circunferencia entera, de forma que resulte imposible distraer fuerzas de un sector para aucdir en auxilio de otro. El enemigo ha recibido orden de efectuar un ataque en toda regla, y no para tantear nuestras fuerzas, como lo ha hecho hasta ahora. Sus naves también fueron equipadas con escalas de asalto y puentes; los arqueros pululaban entre los aparejos.

El sultán ha prometido el gobierno de una provincia al primer turco que plante pie en la muralla y se mantenga allí. Como también ha prometido la muerte sin remisión a quienquiera que retroceda o se rinda. Sus tropas de asalto de vanguardia fueron flanqueadas por tsauhes.

Tres horas antes del amanecer sonaron pífanos y tambores, y en medio de un fragor espantoso irrumpieron las primeras partidas de asalto, dándose ánimos unos a otros con sus alaridos de ataque. La brecha que defendíamos junto a la Puerta de San Romano tenía una anchura de mil pies. El sultán envió primero a sus auxiliares: pastores y nómadas venidos de las regiones del Asia para tomar parte en la guerra santa del Islam. Su armamento sólo consistía en una lanza o una cimitarra y un pequeño escudo de madera.

Al aproximarse a la muralla, las culebrinas y arcabuceros turcos abrieron fuego, al tiempo que una nube de flechas caía silbando sobre nosotros. Cientos de escaleras de asalto se apoyaron simultáneamente contra nuestro terraplén provisional, y luego, en medio de alaridos de terror e invocaciones a Alá, se abatió la primera oleada humana. Pero las escaleras fueron volcadas y el enemigo al pie de la muralla recibió una lluvia de flechas, pez hirviente y plomo fundido. El fragor del combate era tan ensordecedor que pronto no pudimos oír nada. Los turcos atacaban a lo largo de toda la muralla que daba al campo y toda su artillería comenzó también a sonar hacia el puerto y el mar.

Muchos asaltantes, gritando de dolor por la graves quemaduras recibidas, trataban de escapar, pero los tsausches, apostados junto al foso, les hundían el cráneo con sus alfanjes y arrojaban sus cuerpos al foso con el propósito de cegarlo. Muy pronto se apilaron montones de cadáveres en toda su longitud, alcanzando aquí y allá la mitad de su altura.

Tras esta tropa de irregulares, el sultán envió a sus aliados cristianos, así como a los renegados, sedientos de botín, que de cada nación había agrupado en torno a su estandarte. Combatían por sus vidas y muchos fueron los que pusieron pie en la muralla antes de ser derribados de ella sobre montones de cadáveres. Realmente es terrible oír invocar a Cristo y a la Santísima Virgen en todas las lenguas de Europa al lado de los turcos, que clamaban a Alá y su Profeta. No sé cuántas veces tuve que enfrentarme a una cara crispada por el teror que al instante se desvanecía en la negrura del infierno.

Muchos de los genoveses acorazados resultaron heridos o muertos por las balas de plomo, pues los turcos continuaban disparando desde más allá del foso, sin importarles la suerte que pudiesen correr sus propios hombres. Los genoveses heridos combatían de rodillas en una esquina del baluarte, sin intentar resguardarse, y sus asaltantes los ensartaban con garfios de hierro para arrojarlos luego muralla abajo.

Al cabo de media hora después, el sultán permitió que los sobrevivientes se retiraran y descargó su artillería pesada. Sus espantosos proyectiles de piedra desmantelaban nuestros parapetos, barriendo canastas y barricas de tierra al callejón entre las dos murallas. El estrépito de los maderos desplomándose llenó el aire. No se había dispersado aún el polvo ni se había desvanecido el humo, cuandolos turcos de Anatolia se lanzaron al ataque.

Eran hombres ágiles y salvajes, que reían mientras trepaban unos sobre los hombros de los otros en forma de enjambres para alcanzar la cima del baluarte. Los tsausches no precisaban hortigarlos para que avanzaran, pues eran verdaderos turcos y llevaban la guerra en la sangre. No pedían cuartel y morían con el nombre de Alá en lo labios. Sabían que los diez mil ángeles del Islam estaban volando allá arriba y que en el momento de la muerte los arrebatarían para llevárselos directamente al paraíso.

Atacaron en oleadas de mil hombres, aullando y denostando a los cristianos con amenazas demasiado espantosas para ser recordadas. Pera nuestros defensores los esperaban a pie firme. Los huecos en nuestras filas habían sido cubietos y donde el muro viviente de hierro parecía oscilar, allá iba Giustiniani para animar a sus hombres y hundir su espadón en el vientre de algún turco. Allí donde él aparecía cedía el asalto y el enemigo levantaba sus escalas en algún otro punto.

Cuando el ataque anatolio estaba remitiendo, apareció en el firmamento el primer lívido resplandor del alba. Mi cuerp oestaba cubierto de magulladuras y mis brazos tan rendidos que tras cada choque pensaba que al siguiente no podría levantarlos. Muchos genoveses acorazados jadeaban sedientos. Pero cuando los turcos trataron de retirarse, la esperanza revivió en muchos y aquí y allá se oyeron gritos de <<¡Victoria!>>, lanzados con voz temblorosa por algunos pobres necios.

Se podía distinguir ya un hilo negro de uno blanco, y al extinguirse las sombras divisamos los altos gorros blancos de los jenízaros, quienes se encontraban en formación al otro lado del foso. En compañías de mil hombres, aquellos guerreros esperaban en silencio la orden de ataque. A la cabeza de ellos se podía divisar al propio sultán Mohamed, portando un martillo de hierro, insignia de mando..................

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